Sunday, February 26, 2012

La Seña del Humor y el Teatro Sauto, un escenario cubano emblemático. Por Aramís Quintero (Escritor, comediante y fundador de La Seña del Humor)

La Seña del Humor, grupo que marcó el inicio de la renovación del humor escénico en Cuba, tuvo como casa habitual un escenario emblemático de la vida cultural cubana: el teatro Sauto, de Matanzas, que tanto contribuyó a que la ciudad se ganara el apelativo (un tanto cursi, es cierto) de “la Atenas de Cuba”.
            El Sauto, edificio que muestra un estilo neoclásico muy sobrio y armónico (a diferencia de tantos ejemplos de dicho estilo), es prácticamente una airosa escultura situada en la plaza de La Vigía, sobre un terreno que originalmente era una ciénaga. Su carácter de emblema cultural le viene dado por tres buenas razones: su valor artístico como obra arquitectónica, la excelencia de sus condiciones acústicas (que ha generado no pocas elucubraciones relacionadas con el subsuelo) y, gracias a esas condiciones, su historial de presentaciones artísticas, que registra numerosos nombres de primera categoría mundial y nacional en el teatro, el canto lírico, la danza, el ballet, la ejecución instrumental, etc. Desde la segunda mitad del XIX, lo mejor de cuanto llegaba del mundo a La Habana pasaba por el Sauto de Matanzas.
            A mediados de los años 80 del siglo XX, el Sauto devino la casa matancera de La Seña del Humor. En enero de 1984, La Seña había comenzado a presentarse en la Sala White (sala de conciertos de la ciudad), que de inmediato resultó muy pequeña para la respuesta del público. Era un público sorprendido por un humor del todo inhabitual, en un momento en que, salvo el humor gráfico y alguna otra excepción, apenas se hacía humor para una sociedad acostumbrada a la abundancia de ese arte. A las dos o tres presentaciones, el grupo pasó al escenario del cine-teatro Atenas. Y en ese mismo año, el Sauto le abrió sus puertas. El prestigio del teatro, las proporciones de su sala y de su escenario, así como su cálido y distinguido ambiente interior, hicieron que La Seña se sintiera en el mejor de los espacios posibles.
            A partir de 1985, y aunque los estrenos del grupo se realizaran en la capital, el escenario matancero siempre fue parada obligatoria de los espectáculos de La Seña. Y a teatro lleno, aunque al Sauto nunca le ocurrió, por suerte, que el público desesperado por entrar rompiera cristales de sus puertas (como sí aconteció en las ciudades de La Habana y Santa Clara).

            El carisma, el desenfado natural, los constantes quiebres y equívocos y el juego infantil que caracterizaron el humor de La Seña, se ganaron a un público prácticamente de todas las edades y niveles de educación. Un público que nunca perdió su receptividad hacia el humor costumbrista tradicional, y que no obstante asimiló ese humor nuevo y rupturista, quizás porque un humor tan informal y lúdico tenía mucho que ver con la idiosincrasia cubana.
El humor de La Seña no excluía la crítica de la circunstancia (problemas culturales y de la vida cotidiana, los medios masivos de difusión, la burocracia, etc.), pero su nivel de elaboración evitaba siempre el chiste fácil sobre la contingencia, y el panfleto de cualquier tipo. Gracias a ello las críticas podían ser a veces bastante fuertes sin que sonaran agresivas. No se trataba solo de subsistencia ante los oídos oficiales, poco receptivos a la crítica, y menos aun a la crítica mediante el humor; era, también, que para La Seña todo tenía que estar justificado artísticamente, y en función de la risa y la sonrisa. Y aunque el público reía a carcajadas, La Seña contribuyó a que también se disfrutara y valorara el humor que sólo hace sonreír.
Un destacado libretista de corte tradicional, Enrique Núñez Rodríguez, objetó en algún momento a La Seña como ajena al humor cubano. Sin embargo, fue precisamente esa estética, tan distinta a la tradicional, lo que abrió el diapasón y enriqueció la imaginación artística para crear nuevas maneras de hacer humor en Cuba.  Periodistas especializados en el ámbito cultural así lo reconocieron. Y los  hechos ―el nuevo humor cubano a partir de La Seña― así lo demuestran.
Después de abrir sus puertas a La Seña, el teatro Sauto las abrió también a otros grupos de humor escénico surgidos en los años siguientes. Dos de los eventos de humor más importantes que se presentaron en él fueron los concursos nacionales Seña 90 y Seña 91, convocados y organizados en esos años por La Seña del Humor para reunir a las más destacadas figuras y grupos del nuevo humor escénico del momento. Es decir, todo lo que era ya un movimiento plenamente reconocido. Dichos eventos incluían también exposiciones de humor gráfico.
En enero del año 2004 los humoristas cubanos le tributaron un homenaje a La Seña del Humor por sus 20 años de labor artística, y representaron, en espectáculos realizados en la capital y en Matanzas, algunos de los números más destacados del grupo. Y como, a pesar de su carácter nacional, La Seña se reconoció siempre matancera, el teatro Sauto fue uno de los escenarios donde se realizó este homenaje, el cual marcó simbólicamente el final de la trayectoria del grupo. Sin embargo, una parte de lo que todavía hoy se hace en Cuba, en el campo del humor escénico, es deudora de La Seña del Humor de Matanzas.
 
Febrero 25 de 2012.

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